λαβίρινζοσ

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laberinto. Tomado del griego λαβίρινζοσ ‘construcción llena de rodeos y encrucijadas, donde era muy difícil orientarse’.

Diccionario etimológico de la lengua castellana. J. Coromines.

Eso es el derecho: un lugar artificioso de calles y encrucijadas, levantado para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda acertar con la salida. Pensar así es comprensible. Cada año, miles de normas son aprobadas y publicadas por los diversos diarios oficiales. Normas que regulan supuestos nuevos o que reforman o derogan las anteriores. Que se deben imbricar en un sistema jerárquico, especializado, internacional, estatal, regional o local. Que son revisadas, interpretadas, corregidas o incluso derogadas a su vez por los jueces y tribunales en el caso concreto. Parece, entonces, que solamente quien se dice jurista, el versado en el derecho, es quien desenrolla el ovillo para encontrar una salida del derecho-laberinto.

laberinto azul

Sin embargo, el laberinto también es nuestra realidad, nuestro mundo de relaciones, nuestra semiótica intersubjetiva, nuestros conflictos, nuestras justicia e injusticia cotidianas. El complejo y poliédrico universo de lenguaje que nos configura en y con todo lo otro. Y parece entonces que el jurista desenrolla el derecho-ovillo para, con su hilo, encontrar un camino con sentido en la realidad-laberinto.

El jurista se caracteriza por habérselas con el derecho. Así, en fin, el jurista y especialmente quien ejerce la abogacía, dentro del derecho y con él, orientan, aconsejan y defienden a todo aquel que se perdió en uno u otro laberinto. Como todo laberinto, el del derecho o el de la realidad solamente tienen una salida: la justicia.

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