Juicio Final en la frontera
“[…] Fui forastero y me recibisteis en
vuestra casa […] ¿cuándo te vimos
forastero y te recibimos? […] Cuando
lo hicisteis con alguno de los más pe-
queños de éstos mis hermanos, me lo
hicisteis a mí”. Mt 25, 40
Es altamente probable que Miguel Ángel tuviera en mente el evangelio de Mateo sobre el Juicio Final (y el Apocalipsis, de Juan) cuando pintó la pared frontal del altar de la Capilla Sixtina. En la composición que encabeza estas líneas, se reproduce en la parte derecha un fragmento de la pintura sixtina del genio florentino.
Miguel Ángel tenía 66 años cuando concluyó la obra. Exactamente el doble de edad que en el momento de iniciar la pintura de la bóveda de la misma capilla. Lejos quedaban los 33 años de edad en los que comenzó a pintar, por ejemplo, la creación de Adán, seguramente uno de los iconos del arte occidental, que se ha incluido en el canon global de la belleza y la proporción.
El optimismo renacentista de los frescos de la bóveda que muestra Miguel Ángel en su madura juventud contrasta con el caos inarmónico y el cromatismo casi expresionista de otro Miguel Ángel, el de la primera vejez. El Juicio Final es un amasijo de cuerpos desnudos, retorcidos, forzados, descoyuntados. Hasta el gesto de Jesús Juez es terriblemente agresivo, iracundo.
Miguel Ángel nos está diciendo que, en el trancurso de la historia y en su juicio final, al ser humano tan solo le queda su cuerpo desnudo ante la muerte, como único usufructo. El cuerpo desnudo como metáfora de la nuda vida. Biopolítica avant la lettre.
El Juicio Final es, en suma, la expresión de un espíritu pesimista, fatalista. Seguramente, Miguel Ángel mostró en él mucho de su mirada sobre el mundo que le tocó vivir. Un mundo frustrante, violento, oscuro. El Juicio Final es la representación pictórica de una decepción.