Crónica de Atenas III

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Jornada tercera. Abogados.

El tercer día tenemos las reuniones con los abogados atenienses. Quieren formar parte de la Asociación de Abogados Europeos Demócratas, a la que yo ya pertenezco. El encuentro es en el colegio de abogados de Atenas, en la calle Akadimias. Como casi todos los lugares que he visitado hasta ahora, también el colegio está en un vetusto edificio, sin un carácter determinado, ni muy antiguo ni muy moderno, aséptico y no demasiado funcional. Su situación arquitectónica y estética son un tanto precarias por falta evidente de mantenimiento. En las salas de reunión, no todas las lámparas y tubos fluorescentes funcionan y me explican que es que los estropeados no son repuestos inmediatamente. Todo necesita su tiempo.

El punto clave de la reunión es la explicación a los compañeros europeos de la situación de los profesionales en Grecia. Desde diciembre de 2015, los abogados de toda Grecia están en huelga. Hay dos razones: la presión fiscal -el 40% de los ingresos profesionales se destina al pago de impuestos- y la supresión del sistema de previsión social propio para los abogados y su inclusión en el sistema general de seguridad social griego, lo que ha conllevado el desplome de las cantidades percibidas. Una abogada lo dice expresivamente: “antes que jubilarse, más vale trabajar hasta la muerte”. Otras profesiones liberales han sufrido estas medidas, como los arquitectos, aunque solo los abogados están en huelga.

Lo más llamativo es que una parte mayoritaria de la opinión pública asume como posible que “los abogados no son necesarios”, ya que casi seis meses después sin abogados, el país continúa en marcha. Abogados prescindibles para una justicia prescindible.

Todos los abogados con los que hablo se dedican a defender personas migrantes. Dedican su tiempo a visitar los campos de refugiados, a participar en movimientos sociales, a alimentar su conciencia profesional con la situación en su país. Son los primeros griegos que me encuentro honestamente preocupados y ocupados con la crisis de asilo en suelo heleno. Buscan entender lo que ocurre jurídicamente hablando, pero también utilizan categorías históricas, políticas, económicas y sociológicas. Me puedo entender bien con ellos. Y en ellos percibo capacidad de resistencia al fatalismo generalizado.

Irudia14512A cinco minutos del colegio, se encuentran las Facultades de Derecho, Economía y Ciencia Política de la Universidad de Atenas. La universidad es un muestrario de consignas, pancartas y carteles que lo inunda todo. Justo por la tarde interviene el filósofo francés Alain Badiou, de visita en Atenas. Me acerco allí más bien a observar el revuelo de estudiantes arremolinados en el aula para escucharle que por lo que realmente me llega de su discurso. Hay en cambio una gran pintada bajo una ventana del aulario que fija mi atención. Aparece escrita la palabra “Democratía”, en verde. Y ahí me quedo unos segundos, dejando que la palabra me penetre. La soberanía ejercida por los ciudadanos, la vieja democracia.

Así barruntando me voy de la universidad hacia el norte de la ciudad, porque Anna y yo hemos quedado con Jen en la avenida de Alejandro. Jen es una joven kurda, proveniente de Siria. Alcanzó a llegar hasta la frontera con Macedonia, hasta la población de Idomeni. Tras semanas de bloqueo en los campos de refugiados de Idomeni, viviendo al raso, sufriendo lo indecible por pasar la frontera, hostigados por el ejército y la policía, ella y su familia decidieron deshacer el camino y ahora viven en Atenas, en casa de otros sirios que han conocido y que se establecieron en Grecia hace muchos años. Al menos en la ciudad de cuatro millones de habitantes hay más posibilidades de supervivencia que en un descampado fronterizo bajo el vuelo constante de helicópteros de la fuerza aérea griega.

En Idomeni, Jen conoció a unos bomberos de Barcelona, voluntarios en el campo, y a través de ellos, en esta rara forma de comunicación interpersonal y fraterna que se produce en las situaciones límites cercanas a la muerte y la desesperación, he conocido a Jen y sabido que su hermana adolescente padece epilepsia. La imposibilidad de atención médica especializada, el abandono sanitario y el empeoramiento de la salud de su hermana en Idomeni fue uno de los principales motivos para desplazarse a Atenas.

Nuestra misión ahora es quedar con ella en un bar y entregarle la bolsa con las ocho cajas de Tegretol que hemos traído desde Barcelona. Llega acompañada de su hermana. Recoge la bolsa, hablamos brevemente en inglés, nos agradece la entrega y marchan las dos. La escena no dura más de tres o cuatro minutos.

Regreso a casa. Cruzo por el parque Areos, una gran extensión verde al norte de Atenas. Aquí y allá, distingo grupos de hombres que ocupan espacios entre matorrales, fuera de los caminos. Entre plásticos, desperdicios, ropas tendidas de las ramas, vegetación agostada, pasan las horas. Después me dicen los compañeros griegos que son refugiados, que malviven en los parques y jardines de la ciudad. Mañana es el último día en Atenas.

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